lunes, 22 de agosto de 2016

Leyenda Urbana: "El abrigo"

Aviso: esta leyenda urbana puede tener variaciones según la zona geográfica, si conoces otra versión compártela en los comentarios.

Nuestro protagonista se llama Daniel y recordará lo que le pasó hasta el fin de sus días. Él es un joven normal que al acabar sus estudios empezó a trabajar en un pequeño taller de mecánica, tiene un piso, un perro... Todo en su vida es bastante normal, ojo digo normal que no aburrido, tiene intereses como la pesca, el cine, salir con los amigos...

De salir con los amigos va la historia precisamente, un viernes por la noche quedó con los amigos en el bar de siempre. Siempre solían hablar de sus vidas, reírse, beber... y oye, si surgía algún ligue correspondido, ¿Quienes eran ellos para decir no al amor?

Esa noche fue bastante tranquila, el bar estaba casi vacío y Daniel veía como sus amigos se iban a casa de uno en uno; así que él también decidió irse, se puso su abrigo rojo chillón y se dirigió hacía su moto en la entrada.



Pero algo llamó su atención, junto a la carretera había una chica. Aquella chica era bastante guapa, llevaba un vestido blanco de tirantes y parecía tener frío.

Daniel sintió un gran impulso por conocerla, debía decir algo rápido o quizás no volvería a verla.
-Hola, ¿estás sola?
-...
-Esto... ¿No tienes frío? Toma, te dejo mi chaqueta.
-Está bien...
-¿Vienes mucho a este bar? Si quieres nos podemos tomar la última, yo invito...
-No, gracias. tengo algo de prisa.
-¿Te vas a tu casa? Si quieres te puedo acompañar, no sea que aparezca algún delincuente y te haga daño. Tengo aquí la moto.
-Está bien, pero prefiero caminar, no me gustan las motos.
-No hay problema. Oh, por cierto, me llamo Daniel, ¿y tú?
-Natalia.

Daniel no cabía en su alegría, no solía ser muy popular con las chicas pero Natalia parecía simpática. Quizás si le demostraba que era un buen tipo podía llegar a interesarse en él.

A los 10 minutos llegaron a una casa que estaba junto a un parque, en las demás casas no habían luces ya que era muy tarde. Ella se paró en la entrada del jardín y le hizo con la mano un gesto de despedida a lo que le siguió una tímida sonrisa.

Daniel se sentía en el paraíso, le había sonreído, esa era una verdad como un templo, ¿Le habré gustado también? Pero espera un momento... vaya cabeza la mía, no le he dicho que me devolviera la chaqueta. Aunque eso sería una buena escusa para volver a hablar con ella. Mañana volveré al bar y con un poco de suerte volveré a verla y se la pediré. Seguro que acabo de gastar la suerte de todo el mes, ¡Que digo! De todo el año. Daniel se montó en su moto y volvió a casa.

Al día siguiente se quedó hasta el cierre del bar, le preguntó al dueño y a los camareros si la habían visto, siendo sus respuestas negativas decidió ir a verla a su casa, puede que fuero un poco atrevido por su parte pero necesitaba verla.

Recordaba perfectamente la dirección, aparcó la moto en la entrada del jardín y fue hacía el timbre. Al momento una señora de 40 y tantos le abrió la puerta y le increpó por la hora que era, pero finalmente decidió escucharle:

-Siento la hora que es señora, pero anoche conocí a su hija y la acompañé hasta aquí, le dejé mi abrigo y por descuido mio no le pedí que me lo devolviera...
-¿¡Esto es una broma!?
-¿Perdón?
-Si es una broma es de muy mal gusto, si no te vas llamaré a la policía.
-Le juro señora que no es ninguna broma, anoche acompañé hasta esta casa a una chica de pelo castaño y ojos grandes, vestía un vestido blanco de tirantes...
-Mira joven, te digo que es imposible. Esa chica que describes es mi hija que murió el año pasado en un accidente de coche.
-Lo siento pero no me lo creo, le dejé mi chaqueta y hasta se despidió de mí, ¿Es que no quiere verme? Si es eso, dígamelo y me iré sin molestar...
-Acompáñame.

Daniel no entendía nada, ¿Por qué no quería verlo? ¿Había hecho algo malo? Mientras seguía a aquella señora no podía evitar sentirse mal. Pronto llegaron a un gran cementerio, tras cruzar un par de pasillos llegaron a una pequeña tumba situada en el suelo.



Daniel se quedó petrificado, sintió un miedo que no había sentido nunca. ¿Por qué os preguntareis? Muy fácil, en la lápida ponía Natalia y sobre ella estaba su inconfundible chaqueta roja.

Nota: siempre que salgáis con un amigo o amiga intentad acompañarlo hasta su casa, seguro que os lo agradece.


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